Carlos Zúñiga Jara
El
miércoles 17 de agosto del 2016 murió Carlos Pío. Me avisó mi hija mayor,
explicándome brevemente las circunstancias de su fallecimiento. Lo atropelló un
camión, mientras limpiaba de árboles y ramas las calles de su pueblo,
maltratadas durante el último “temporal”.
Después
me llamó mi primo Jorge, amigo de infancia de Carlos Pío. Recordamos el barrio,
los amigos y los camiones de madera, presentes en nuestros juegos infantiles.
Don
Raúl, padre de Pío, fue durante muchos años administrador de la cancha de
acopio de la empresa BIMA en Villarrica. Ahí llegaban grandes camiones cargados
con madera proveniente de los bosques de Neltume, Coñaripe o Liquiñe.
En
una esquina de ese espacio de acopio, Carlos Pío había construido un
microcosmos. Una pista de tierra rojiza que remedaba el camino entre Villarrica
y Liquiñe. Como un mapa hecho a mano alzada, aquel camino reproducía el paisaje
agreste al sur de Villarrica. En esa pista de tierra circulaban pequeños
camiones de juguete hechos con trozos de madera, clavos y chapas (las viejas
tapas de cervezas y gaseosas), fabricados por Carlos Pío alguna tarde larga del
65’. En aquel rincón recreaba las urgencias madereras de ese mundo de bosques
que rodeaba a mi pueblo.
Los
camioncitos de madera, que arrastrábamos con trozos de cáñamo comprados en el
almacén de mi abuela, cargaban árboles centenarios extraídos de aquellos
bosques olorosos. Esquivando nuestros
zapatos de niño recorrían montañas y llanuras, selvas y quebradas.
Caprichosamente, el pequeño constructor de caminos había ubicado a Villarrica
pegada a la casona de don Juan, la ruta serpenteaba por un trecho largo hasta
el cerco que daba a Presidente Ríos donde ubicó la mítica la cuesta de “Los
Añiques”, la frontera de aquel mundo.
Las
tarde de sol se hacían largas, felices con el ronroneo musical de los motores que
cada jugador improvisaba para su vehículo. Recuerdo la sucesión de pannes inverosímiles
que sufrían los camioncitos de Jorge Landaeta: pinchaduras de neumático,
problemas con el cardán o dificultades con el carburador. Desperfectos seguramente
escuchados de las conversaciones de los camioneros que almorzaban en la
“Pensión Pincheira”, en el corazón de la calle Presidente Ríos.
Con
los zapatos sucios de tierra rojiza y las mejillas arreboladas por el sol de
las tardes de primavera, cumplíamos con nuestras tareas de niños, jugar y
soñar.
El
último “temporal” de agosto del año 16’ se llevó al Pío. Lo atropelló un
camión. Un monstruo metálico, hediondo a petróleo y aceite, lo dejó tendido en
una calle oscura. Seguramente lo último que escuchó fue el repicar de la lluvia
sobre el pavimento. Cuando cerró los ojos, tal vez, volvió a ese rincón de la
BIMA, a sus caminitos de tierra y camiones de juguete. Tal vez volvió a buscar
el sol de las tardes largas del 65’. Tal vez, se fue al otro mundo manejando uno
de aquellos camioncitos.