martes, 20 de junio de 2017

Ayer murió Carlos Pío



Carlos Zúñiga Jara



  
El miércoles 17 de agosto del 2016 murió Carlos Pío. Me avisó mi hija mayor, explicándome brevemente las circunstancias de su fallecimiento. Lo atropelló un camión, mientras limpiaba de árboles y ramas las calles de su pueblo, maltratadas durante el último “temporal”.

Después me llamó mi primo Jorge, amigo de infancia de Carlos Pío. Recordamos el barrio, los amigos y los camiones de madera, presentes en nuestros juegos infantiles.

Don Raúl, padre de Pío, fue durante muchos años administrador de la cancha de acopio de la empresa BIMA en Villarrica. Ahí llegaban grandes camiones cargados con madera proveniente de los bosques de Neltume, Coñaripe o Liquiñe.

En una esquina de ese espacio de acopio, Carlos Pío había construido un microcosmos. Una pista de tierra rojiza que remedaba el camino entre Villarrica y Liquiñe. Como un mapa hecho a mano alzada, aquel camino reproducía el paisaje agreste al sur de Villarrica. En esa pista de tierra circulaban pequeños camiones de juguete hechos con trozos de madera, clavos y chapas (las viejas tapas de cervezas y gaseosas), fabricados por Carlos Pío alguna tarde larga del 65’. En aquel rincón recreaba las urgencias madereras de ese mundo de bosques que rodeaba a mi pueblo.

Los camioncitos de madera, que arrastrábamos con trozos de cáñamo comprados en el almacén de mi abuela, cargaban árboles centenarios extraídos de aquellos bosques olorosos.  Esquivando nuestros zapatos de niño recorrían montañas y llanuras, selvas y quebradas. Caprichosamente, el pequeño constructor de caminos había ubicado a Villarrica pegada a la casona de don Juan, la ruta serpenteaba por un trecho largo hasta el cerco que daba a Presidente Ríos donde ubicó la mítica la cuesta de “Los Añiques”, la frontera de aquel mundo.  

Las tarde de sol se hacían largas, felices con el ronroneo musical de los motores que cada jugador improvisaba para su vehículo. Recuerdo la sucesión de pannes inverosímiles que sufrían los camioncitos de Jorge Landaeta: pinchaduras de neumático, problemas con el cardán o dificultades con el carburador. Desperfectos seguramente escuchados de las conversaciones de los camioneros que almorzaban en la “Pensión Pincheira”, en el corazón de la calle Presidente Ríos.

Con los zapatos sucios de tierra rojiza y las mejillas arreboladas por el sol de las tardes de primavera, cumplíamos con nuestras tareas de niños, jugar y soñar.


El último “temporal” de agosto del año 16’ se llevó al Pío. Lo atropelló un camión. Un monstruo metálico, hediondo a petróleo y aceite, lo dejó tendido en una calle oscura. Seguramente lo último que escuchó fue el repicar de la lluvia sobre el pavimento. Cuando cerró los ojos, tal vez, volvió a ese rincón de la BIMA, a sus caminitos de tierra y camiones de juguete. Tal vez volvió a buscar el sol de las tardes largas del 65’. Tal vez, se fue al otro mundo manejando uno de aquellos camioncitos.



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