sábado, 12 de diciembre de 2015

Criollos y mestizos (*)



                                                                                  Carlos Zúñiga Jara






Sobre las vivencias de los criollo-mestizos tomo la deriva territorial de José Eloy Zúñiga   Chávez, mi abuelo[1], una deriva que de acuerdo a la memoria familiar se inició a mediados del siglo XIX en las cercanías de Chillán con el nacimiento de Pedro, abuelo de Eloy. Como pasa con la mayoría de las familias criollo-mestizas, los recuerdos anteriores se extraviaron entre tanto camino andado por estos descendientes de vagamundos que comenzaron a recorrer la tierra hacia el siglo XVII. En esa falta de reminiscencias no sólo el pasado pierde sentido.

"Así como esta suerte de amnesia no nos permite saber de dónde venimos, de quiénes venimos, tampoco nos permite trazar con claridad nuestro camino individual y colectivo. Lo más probable es que en menos de cien años nadie recordará nuestros nombres, ni lo que hicimos o no hicimos. Y en esa falta de recuerdos, no tendrán sentidos las pequeñas tragedias cotidianas, los fracasos y los triunfos de la vida diaria. La mala memoria siempre viene acompañada de la soledad..." (Zúñiga, 2011:13).

José Eloy Zúñiga Chávez hijo de Wenceslao Zúñiga Olave y Dolores Chávez Arriagada; nieto de Pedro Antonio Zúñiga y Martina Olave Saldías; bisnieto de Tránsito Zúñiga. Debido a la fragilidad de la memoria sobre la línea materna, privilegio la línea paterna. Tal vez, por un sesgo patriarcal para este caso la memoria sobre las mujeres es aún más difusa que la de los varones.

En mi indagación sobre la memoria familiar descubro a Tránsito y Martina, redescubro a Dolores y Rosa. Se me aparecen viejos pueblos con olor a humo donde, como en el libro de García Márquez, la lluvia caía durante meses y años. Develo anécdotas y paisajes. Intento imaginarme a Tránsito allá por 1815 en alguna hacienda de la zona central perdida de los recuerdos. Y veo a Pedro en el Fundo Zemita, en las cercanías de Chillán, entre el trigo y la mañana de algún verano de 1850. Y no tienen rostros, no tengo evidencia sobre el color de sus ojos, su apariencia física o el lugar donde yacen sus restos. Todo es difuso. Veo a Wenceslao a lomo de caballo, de Cherquenco camino al Llaima, el día en que conoció a Dolores. Y ya se me dibujan sus rostros y características. Wenceslao, un calavera buen mozo, de ojos azules, como mi abuelo. Dolores, hermosa de intensos ojos verdes.

Veo a Eloy, entre bosques y lluvia, descubriendo las montañas en Villarrica, Coñaripe o Panguipulli a fines de los 20’, recorriendo senderos de polvo y barro, liderando una tribu de parientes, organizando faenas madereras en selvas de raulí, hualles, lengas y araucarias. Peleándose con los espíritus del bosque que por su culpa me han perseguido toda la vida.

Según consta en la partida de nacimiento, el 12 de diciembre de 1896, en algún sector rural en las cercanías de Victoria, nace el hijo mayor de Wenceslao Zúñiga y Dolores Chávez. Dadas las condiciones de la época los datos no son precisos. Era habitual que las inscripciones en el Registro Civil se realizaran con años de retraso, lo más probable es que haya nacido hacia 1890.

Sobre su infancia no tengo datos muy exactos. Entre las correrías infantiles, sus responsabilidades familiares y laborales, desarrolla una educación informal. Creció en las cercanías de Cherquenco con sus hermanos Elena, Enrique e Irene. Debió ser un niño y un adolescente sano, inquieto y de carácter fuerte. En el mundo rústico en el que se crio destacó rápidamente por su inteligencia, don de mando y habilidad en la mecánica.

Nacido en el seno de una familia de madereros, tal como ocurría con todos los niños de la época, colaboraba en las actividades económicas de la familia; en este caso, ayudando a su padre en el manejo de los aserraderos. Ese aprendizaje le permitió administrar faenas madereras cuando aún era un adolescente. Su habilidad para reparar maquinaria le granjeó el respeto de los trabajadores a su cargo.

Por cosas de la vida, como decían mis parientes más veteranas, don Wenceslao se fue con otra mujer. Eloy, con apena 16 años, en su condición de hijo mayor tuvo que hacerse cargo de su madre y hermanos menores. Como parte del patrimonio de su madre se quedó con un par de aserraderos, con los que va a dedicarse a "voltear", "maderear" y "aserrear" la floresta generosa de La Araucanía.

Y puedo repetir de memoria la diversidad de aquellos bosques que desde la infancia me describió Ramona Guiñez, testigo presencial de aquellos fantásticos recorridos por la selva araucana. Un paisaje pre histórico, con helechos gigantes, colihues y quilas, por el que corrían güiñas, zorros, chingues, pudúes y coipos. Incluso jabalíes, según cuenta la tradición, traídos desde la vieja Europa por colonos alemanes. Bosques llenos de música de choroyes, cachañas, chercanes, churrines, carpinteros, torcazas, bandurrias y peucos, a los que se sumaban pidenes, gorriones, golondrinas y picaflores.

Durante los siguientes 25 años, más o menos entre 1906 y 1930, Eloy y su clan van a recorrer La Frontera lluviosa antes de establecerse definitivamente en Villarrica. En la memoria familiar quedan referencias a faenas instaladas en Vilcún, Cherquenco, Perquenco, Selva Oscura, Temuco y algo más al sur, en Panguipulli. Esa actividad itinerante la hacía acompañado de un clan integrado por parientes y allegados. Cuando fallece Wenceslao incorpora a sus hermanastros y hermanastras, más adelante se integran los novios, pretendientes y maridos de sus hermanas y luego, sobrinos y primos.

Eloy con un par de parientes buscaba “montañas” para explotar, cruzando ríos y lagos, en viajes durísimos que duraban semanas. Revisaba, medía, calculaba la cantidad de madera que saldría de aquel bosque, los años necesarios para explotarlo, la condición de los caminos, etc. Una vez cerrado el trato con el dueño de la "montaña" dejaba a algunos varones de la familia a cargo del "volteo" y "madereo": talar con hacha, combo y corvina, preparando los trozos para el aserradero, mientras él organizaba el largo viaje para trasladar el aserradero. A principios de la primavera, cuando disminuían las lluvias, en carretas tiradas por bueyes y a lomo de caballo se acarreaban las provisiones y bártulos. Pesados locomóviles, aserraderos estacionarios, maquinaria, herramientas y repuestos. Si no había caminos los construían a golpe de picota y pala. Finalmente, luego de varias semanas, en algún claro a orillas de la “montaña” se instalaba el “banco aserradero”. Una vez situados llegaban las mujeres y los niños. Con ese clan bullicioso se establecían un par de temporadas, (la temporada de "aserreo" se extendía desde septiembre hasta abril).




El bosque herido se llenaba de ruidos extraños.

Durante los fríos y lluviosos inviernos dejaban a las mujeres y los niños en algún poblado cercano, mientras los hombres "volteaban" y “madereaban”. Y así, durante 25 años cada dos o tres temporadas moviéndose de bosque en bosque.

En la indagación sobre la migración de mi familia no pude encontrar testimonios acerca de la vida en los campamentos madereros. Sin embargo, en mi investigación sobre la explotación del bosque en la zona de Villarrica (Zúñiga, 2011) pude recoger testimonios sobre las características de esos lugares. Noramina Sandoval, que pasó parte importante de su vida entre bosques, me contó sus características para fines de la década del 30': una armazón en forma de A, hecha con tablas de "quinta mala" amarradas con alambre (según la clasificación de la madera que imperaba en la zona, se trataría de desechos y leña). En mi breve experiencia como maderero a fines de los ochenta pude observar aquellos rucos, al parecer en más de cincuenta años poco o nada habían cambiado.

El 2 de septiembre de 1924, en la localidad cordillerana de Perquenco, Eloy se casa con Rosa Astudillo, nacida en San Carlos, hija de don Manuel Astudillo y doña Isabel Zúñiga. Él tenía 28 y ella 30 años, para la época una edad muy tardía para casarse. Lo más probable es que haya sido sólo un atraso en la inscripción, la formalización en el Registro Civil de una relación que llevaba algunos años.

Entre 1925 y 1929 se radican en Temuco. Compra o arrienda en calle Zenteno donde -según un par de testimonios- fue vecino de las hermanas de Hernán Trizano. Por aquella época nacen los primeros hijos del matrimonio Zúñiga Astudillo: en 1926 nace Marta que muere a los pocos días; en 1928 José Wenceslao y en 1929 Ítalo Raúl.

Durante los inviernos de aquel período, don Eloy trabajó como mecánico para Bernardo Laetamandía. Con salidas esporádicas a buscar bosques o contratar faenas nuevas. Mientras, bajo su estricta supervisión, algún pariente se hacía cargo del "volteo" y "madereo".

En 1929 se traslada más al sur, instalando una faena en las cercanías de Panguipulli. Y de nuevo con todos los parientes a “maderear” y “aserrear”. Todo era selva, casi no había caminos. Nada era fácil, parte del trayecto se hizo cruzando el lago, vadeando ríos y abriendo “huellas” (senderos) a golpe de hacha. En esa faena deben haber estado unas dos temporadas.

En 1932 o 1933 se trasladan a Loncoche. Un período particularmente malo. Seguramente los efectos de la gran crisis económica de 1929 (que se guarda en la memoria familiar como “el año de la crisis”) se hacen sentir en el sur y disminuye la compra de madera.

Y nuevamente el clan se pone en movimiento. Todos juntos, Eloy y Rosa con sus hijos pequeños “Nene” y “Talo”; sus otros hijos, Juan, Carlos, Alicia, Humberto y probablemente Eduvigis; Leopoldo Guíñez y su hija Ramona; sus hermanos Elena, Enrique e Irene; y tal vez algunos de los Zúñiga Arriagada: Marta, Pedro, Carlos, Isabel, Rosa y Berta. Se incluían los amigos, parejas, pretendientes y novios, además de algunos trabajadores. Y ahora se mueven buscando trabajo en la construcción del ramal ferroviario Loncoche-Villarrica. Mientras se instalan y consiguen trabajo, sobreviven con los víveres sobrantes de la faena anterior. Cuando el alimento se hacía insuficiente los hombres salían a cazar.




 Después de algún tiempo de precariedad consiguen trabajo. Tengo evidencia de que al menos Eloy y Enrique, su hermano menor, trabajaron en la construcción del ramal Loncoche-Villarrica. Al parecer, don Eloy fue empleado como mecánico en alguna empresa contratista. Entre 1930 y 1934 la familia está conectada laboralmente con la construcción del ramal. En Loncoche nacen dos hijos del matrimonio Zúñiga Astudillo: en 1931 José Eloy y Sergio Fernando en 1933.

Al escuchar los relatos que me retratan un modo de vida comunitario, con fuertes rasgos señoriales, me llama la atención lo radical de los cambios en las costumbres como consecuencia de las modernizaciones neoliberales. Dadas las características de la cultura se podría haber pensado que el individualismo no afectaría el territorio que intento explicar. Sin embargo, al igual que en el resto del país, en un par de décadas nos olvidamos de aquellos modos de vida, de aquellos rituales colectivos que recogían tradiciones más que centenarias.

En 1934, seguramente al concluir sus actividades en la construcción del ramal, don Eloy decide radicarse en Villarrica junto con su familia extensa. Con la llegada del ferrocarril se instala un nuevo contingente migratorio, José Eloy Zúñiga y los suyos forman parte de esos inmigrantes. En Villarrica trabaja en la empresa maderera “El Tigre” de Bernardo Laetamandía, con el que había tenido negocios en Temuco. Además, supongo que la madera extraída en Panguipulli fue comercializada con Laetamandía.

En Villarrica nacen sus dos hijos menores: César Rigoberto, en 1935 y Rosa Betty en 1940.

Un par de años después don Eloy compra una propiedad, donde se instala definitivamente la familia. La calle Presidente Ríos corresponde a uno de los accesos del pueblo, el camino a Lican-Ray. Se trataba de una de las rutas madereras más importantes. El movimiento era constante, diariamente circulaban decenas de carretas tiradas por bueyes y cientos de personas que recorrían cantinas y burdeles, almacenes y molinos. Campesinos criollo-mestizos, mapuches y “gringos”. Madereros y agricultores.

En ese sector don Eloy instala un taller metal-mecánico la "Maestranza Pucara". Debe haber evaluado la factibilidad económica de un taller destinado a reparar y construir la maquinaria necesaria para las actividades agrícolas y forestales de la zona. El “taller viejo” funciona entre 1935 y 1954.

Durante un tiempo Eloy atiende sus obligaciones como capataz de Laetamandía, pero cuando la cantidad de trabajo que llega a su taller le impide desempeñarse con eficiencia en los dos lugares renuncia a su compromiso con Laetamandía para dedicarse a su maestranza. Ahí, con algunos tornos de segunda mano, implementos para soldar y una herrería bien apertrechada -algo fundamental durante los primeros años de la maestranza- repara herramientas y maquinarias. Fabrica aserraderos, repara locomóviles, inventa “canteadoras” más eficientes. Supervisa y ordena con la mano firme del que está acostumbrado a ser obedecido.

Debido a la cantidad de trabajo construye un galpón mucho más grande para la maestranza. El “taller nuevo” va a funcionar entre 1954 y el año 2008.




Don Eloy tuvo como negocio principal la maestranza, pero además desarrolló actividades agrícolas y forestales. Hacia la década del 40’ instala en las cercanías del pueblo dos o tres aserraderos que va a mover por toda la zona los siguientes 30 años. Compró propiedades urbanas en Villarrica y dos hijuelas en Voipir y Cudico. En la década del 40’ adquiere una trilladora estacionaria, con la que se dedicará a trillar en las cercanías del pueblo al menos hasta la década del 60’. A inicios de la década del 50’ compra una propiedad en calle Presidente Ríos, frente a su residencia, ahí instala una barraca para elaborar madera.

Don Eloy trabajó en sus negocios hasta su fallecimiento, el 29 de noviembre de 1974.

Del paso de mi abuelo por este mundo quedan sólo los recuerdos y fotos añosas. Ya no existe la maestranza, los aserraderos, ni la barraca; la parcela, la hijuela y las propiedades urbanas cambiaron de dueño. Y sus descendientes cambiaron de oficio. Las "montañas" de su juventud desaparecieron bajo el rigor de la motosierra. De aquel mundo verde nos queda apenas una postal nostálgica.

Hace algunos años mi hermano me aseguraba haber visto el fantasma del abuelo paseando por la vieja maestranza. Treinta años después de su muerte aún lo veían caminar entre los oxidados aserraderos y vetustos locomóviles arrumbados en lo que fuera el jardín de mi abuela. La misma estampa de aquel viejo que tengo en la memoria: traje oscuro y sombrero, un humeante cigarrillo a medio consumir en la boca, la espalda levemente encorvada y las manos cruzadas atrás.

(*) Este relato corresponde a un extracto del libro  "Crónicas en Verde" © (Inédito).
Las ilustraciones son de Rodrigo Díaz.




[1]           Acerca de Eloy tomo algunas ideas publicadas en "La Frontera de la Memoria. Relatos de Vida".

6 comentarios:

  1. Maravillosa historia, no podía creer que lo que estaba leyendo era parte de la historia de mi familia, de la que sabemos tan poco, conocí al tío Eloy, de quien guardo bellos recuerdos, de la casa de Presidente Ríos, donde pasamos tantos veranos de nuestra infancia y juventud junto a nuestros primos, Feliz de haber llegado a esta pagina por casualidad
    Deenis Adema Moreno (Nieta de Irene)

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  2. Me encanto leer esto. Felicitaciones !!!!!!!!

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  3. Dennis Adema Moreno, hija de "Tuca", nieta de Irene, bisnieta de Dolores, tataranieta de Martina, tatara tara nieta de Tránsito.

    Monica, hija de Pancho?

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  5. Que lindo trabajo querido primo "Carlos".Felicidades , un abrazo lleno de cariño y gracias por recordarnos a través de cada línea parte de nuestra historia.

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  6. hola soy Carolina soy tataranieta de Amalia Zuñiga Olave hermana de wencenlao Zuñiga, me dio mucha alegría poder conocer un despacito de mis antepasado, me alegra mucho porque también realizo mi historia familiar y gracias a ello llegue a esta pagina, gracias por la informacion

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